Cultura
Geoffrey Parker: «Felipe II merece el título de imprudente»
Acaba de publicar «Felipe II, el Rey Imprudente», biografía que incluye la novedosa documentación recién hallada en la Hispanic Society of America
En octubre de 2010 Geoffrey Parker (Nottingham, 1943)
publicaba un libro que resumía su vida de investigación sobre Felipe II,
con el arriesgado título de «La biografía definitiva». Justo después
descubría en la Hispanic Society of America una colección de tres mil
documentos que hacían añicos ese título. La pesadilla de cualquier
historiador. Dice bromeando que se sintió ante un «juicio filipino». Después
de estudiarlos, con más sabiduría y el mismo buen humor inglés de
siempre, Parker publica «Felipe II, el Rey Imprudente» (Planeta), una
biografía que se conforma con ser esencial en la que los documentos
iluminan el relato y toman voz :
—Curioso
que se diera cuenta tan tarde, porque «El éxito nunca es definitivo»
era el título de un libro suyo sobre Felipe II, precisamente.
—Ojalá lo hubiera pensado mejor. Terminé en 2010 aquella
biografía, que se presentó en El Escorial. Creía que ya podría
divorciarme de Felipe II. Pero inmediatamente después topé con unas
cartas entre el duque de Medina Sidonia y Felipe II, de 1588. En una de
ellas el noble, uno de los hombres más ricos de España, le hace un
chantaje al rey (risas).
—¿Un chantaje?
—Felipe II le acababa de pedir que mandase la Gran Armada
contra Inglaterra y Medina Sidonia le responde que sí, después de
intentar librarse: Majestad, yo voy a mandar su armada, pero tengo
cuatro hijos que pasan hambre…
—¿Que les ocurría?
—¡Nada! El hombre más rico de España le decía al rey que
sus hijos pasaban hambre y necesidad para pedirle, antes de partir, dos
encomiendas. Después de leer aquellas cartas, le pedí a John O’Neill,
conservador de manuscritos y libros raros de la Hispanic Society of
America, que era quien me las había enseñado, que me dijera si había
algo más entre sus fondos. ¡Y vaya si tenía! Me dijo: 32 cajas.
—¿Cómo siguió la investigación?
—Organizamos el asunto gracias a una beca de la Mellon
Foundation. Eran tres mil documentos. Mil de ellos con muy poco interés,
casi todos del duque de Sesa (nieto del Gran Capitán), que aportan
datos sobre las cuentas en sus estados. También documentos en árabe de
San Francisco de Borja, con las cuentas de sus propiedades, que estaban
en Valencia. Estos no tenían interés político.
—¿Y los otros dos mil?
—Mil de ellos eran billetes pequeños, que tienen indudable
interés pero no aportan novedades: en ellos el rey comenta cosas, a
veces personales, como «estoy cansado», «tengo hemorroides», cosas que
hemos visto en otros muchos documentos de Felipe II. Pero los últimos
mil… esos sí tenían gran interés.
—¿De qué nos hablan?
—Hay unos quinientos del Consejo de Aragón
interesantísimos. La mayor parte con apostillas del rey. Y está el
intercambio de cartas de Felipe II y Medina Sidonia. Quiero destacar que
sin el apoyo de O’Neill no hubiera sido posible todo esto. En solo dos
meses organizamos todos estos papeles, con ayuda de Bethany Aram y
Rachael Ball, y fue entonces cuando me di cuenta de hasta qué punto mi
biografía de Felipe II no era la definitiva. Fue como si me hicieran un
juicio «filipino».
—¿Por qué Imprudente?
—Tras la muerte del rey, su historiador, Antonio de Herrera
y Tordesillas, preparó una «Historia del mundo en tiempo de Felipe II».
Sugiere que, como todos los reyes castellanos de la historia, Felipe
merece un epíteto. El sabio, el católico, el bueno… fueron los de reyes
del pasado. Para su rey propone una docena de títulos, y uno de ellos
era el prudente. Hay una marca en el documento, una flecha que indica
que ese fue el epíteto elegido, el que le pareció mejor.
—¿Y porque otro historiador, Parker, le enmienda la plana?
—Pienso que merece también el Imprudente de mi libro porque
algunas de sus decisiones condenaron a España a malgastar sus recursos.
Especialmente contra Inglaterra, empezando en 1571, cuando por primera
vez gastó muchísimo dinero en destronar a Isabel Tudor. La Armada no fue
el único empeño caro. Y también con los moriscos, porque la guerra de
las Alpujarras era totalmente innecesaria, una especie de Irak.
—¿Algo más?
—Por la inflexibilidad en su política contra los
protestantes, judíos y musulmanes. En 1559 estaba en negociaciones con
Francia y también a punto de lograr una tregua con el turco. Ganada la
paz con Francia, dice: suprimimos las negociaciones con el turco. ¡Qué
tontería! Veinte años de guerra en el Mediterráneo: ¡Imprudente!
—Pero si esa la ganamos en Lepanto.
—Claro que Lepanto es muy importante. La flota otomana
estaba en Grecia, en una gran incursión al oeste. Fue muy importante esa
victoria, pero fue táctica, en mi opinión. No estratégica. No se fue a
Constantinopla. La guerra continúa. Y eso se habría evitado tal vez con
paz en 1559. La tregua llegó en 1577. Fueron 18 años de guerra sin
necesidad.
—Difícil estar en su pellejo, pero en el libro dice también que era el monarca más dotado del momento.
—De acuerdo. Gobernar un imperio global es algo que no
podemos imaginar. Un consejero suyo decía «la cabeza de su Majestad debe
ser más grande que la de cualquier otro». Y no era un cumplido. Su
memoria era increíble. Recordaba con exactitud detalles de un documento
que había visto por la mañana y corregía ese detalle al terminar el día
después de haber trabajado en cientos de documentos.
—Hable de otros documentos que han cambiado su impresión sobre el rey...
—Hay una consulta de Antonio Pérez, después de la caída del duque de Alba que lo compara con Álvaro de Luna.
—Las
intrigas se agravan con los problemas en Flandes. ¿Hay alguna novedad
en el triángulo de traiciones entre Escobedo, Pérez y Juan de Austria?
—Los tres y el rey se traicionaron. Me encantaría conocer
la colección de Margarita de Parma, que estaba en Nápoles, en el archivo
que quemaron los alemanes en 1943. Había doscientas cartas de don Juan
de Austria, ya que su hermanastra era su confidente.
—¿Qué peso se puede otorgar a su carácter inflexible, intransigente, en el retrato real?
—En 1571 trata de matar o prender a la reina Isabel. Los
consejeros hablan de que está inflamado, como si no hubiera tenido en
cuenta lo que le escribió el duque de Alba, que Isabel conocía sus
planes. El rey perdió el sentido de la realidad. Con la Armada se
repite. Todos los cambios de estrategia y la decisión final de requerir
la reunión de la flota y el ejército es una tontería. Santa Cruz se lo
hace ver y Felipe responde que es arriesgado «pero Dios, cúya es la
causa va a proveer buen tiempo». Eso es la fe.
—No la perdió cuando fracasa la Armada.
—Hay dos documentos en archivos diferentes sobre la
desesperación que vivió ante la falta de noticias. En el primero dice
«muy presto nos habremos de ver en cosa que no querríamos ser nacidos» y
está en el archivo Zabálburu. Y en Simancas está el documento del día
siguiente sobre la propuesta a su consejo, en el que les anima a
intentar un nuevo ataque.
—¿Qué le gusta menos del rey?
—Cómo malgastó tiempo en cosas como la invasión de
Inglaterra en lugar de mejorar las infraestructuras. Fue una oportunidad
perdida para hacer de España una nación más grande. La Gran Armada
costó más que El Escorial. Lo más admirable es su red de información en
un imperio tan grande y su capacidad para estar al tanto de todo. Su
visión para lo grande y lo pequeño de su tarea es admirable.
—¿Qué le preguntaría a Felipe II si pudiera hablar con él por Skype?
—¿Mataste a Escobedo? Querría saber. Sé que conocía los
planes, porque preparó las cédulas de tres de los asesinos y lo admitió
implícitamente en el proceso a Antonio Pérez. ¿Y por qué?
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