Javier Moro: «España usó a los niños más indefensos para la hazaña de la vacuna de la viruela»
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El ganador del Premio Planeta 2011 habla hoy en el Aula de Cultura de SUR de su última novela, ‘A flor de piel’, el relato de una expedición médica para combatir este mal
Veintidós niños partieron de La Coruña rumbo a América en 1803.
Portaban la esperanza en sus brazos, literalmente, ya que se les había
inoculado la vacuna contra la viruela y formaban parte de una misión
sanitaria para trasladar la cura a la otra orilla del Atlántico. Este
hecho real vertebra ‘A flor de piel’, la última novela de Javier Moro.
«Me pareció un capítulo de nuestra historia verdaderamente surrealista,
disparatado», explica el autor. «La gran hazaña española descansaba en
los más débiles, los niños más indefensos, los huérfanos del hospicio».
El ganador del Premio Planeta 2011 charla con Domi del Postigo sobre su
últimoa novela, este lunes, en la Sociedad Económica de Amigos del País.
El sentido social y la reivindicación de unos héroes caídos en el
olvido animaron este proyecto, sustentado en unos documentos en torno a
la iniciativa que halló en el Jardín Botánico. «Lo de los niños y las
vacunas me pareció quijotesco, disparatado», insiste, aunque reconoce
que también se trataba de una pequeña luz dentro de la negrura de un
tiempo oscuro. «Hablamos del fin del Imperio, una época de ruina y
decadencia, en la que la Corona vivía amenazada por la expansión
napoleónica».
Un aviso de socorro desde Bogotá, afectada por varias epidemias,
moviliza el socorro desde la península. «Cuando el rey Carlos IV supo de
la vacuna, apoyó resueltamente porque estaba desesperado ya que la
viruela era un antiguo enemigo», recuerda y precisa: «A los Habsburgo no
los liquidó un movimiento social, sino esta devastadora enfermedad».
Los expedicionarios de la goleta ‘María Pita’ se prestaban a
conquistar América de nuevo. «De alguna manera, compensaban así todo lo
que se había ido quitando a la población indígena». El choque
bacteriológico se había cobrado noventa millones de víctimas en tres
siglos de dominio hispano. Pero también había otros motivos menos
altruistas. «Había un factor económico y político. Los nobles de las
colonias se quejaban por la pérdida de mano de obra y pedían ayuda,
dinero y médicos».
La peripecia de Isabel Zendal, la cuidadora de los niños, articula la
narración. Ella era gallega, pero el equipo recogía múltiples
procedencias. El médico instigador de la transmisión brazo a brazo
procedía de Alicante, el subdirector, de Cataluña, y el barco estaba
capitaneado por un vasco. Las cuestiones éticas pivotan este relato de
esfuerzo, dificultades y miseria. «La protagonista se resistió porque no
quería utilizar a los pequeños como cobayas».
La vacuna también implicaba dilemas nuevos en la sociedad de aquel
tiempo. Los muchachos habían recibido el suero extraído de vacas, porque
la variante que atacaba al ganado era benigna. Su uso resultaba
indispensable en un tiempo en el que se desconocía la cadena de frío y
sólo cabía recurrir a los niños sin padres para que actuaran de
portadores. «Pero a muchos les parecía inconcebible inyectar un virus o
mezclar fluidos humanos y animales. A su juicio, iba contra natura,
contra la ley de Dios».
Temor al Estado Islámico
La respuesta de la iniciativa varía en un mundo que sufre una gran
crisis de autoridad y la generalizada corrupción de los funcionarios
públicos. «A veces, parecía que escribía un libro ambientado en la
actualidad», apunta Moro.
Algunas mentalidades tampoco han variado demasiado. Actualmente, en
algunos países, los fundamentalistas religiosos atentan contra los
profesionales que combaten la polio y la propagación de enfermedades
como una herramienta bélica sigue siendo una pesadilla. «La idea de que
el Estado Islámico entre en contacto con tecnología para propagar
microbios da miedo porque no se ve y las consecuencias serían
devastadoras», advierte el autor.
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