El Papa acusa a empresas y Gobiernos del cambio climático
Francisco publicará este jueves una encíclica sobre la protección del medio ambiente
Una bomba de consecuencias imprevisibles está a punto de estallar en el Vaticano. La publicación oficial de la encíclica sobre ecología del papa Francisco
supone una auténtica declaración de guerra a las grandes compañías y a
los gobernantes de los países más poderosos que, según escribe, han
contribuido al cambio climático y a la pobreza por “el uso
desproporcionado de los recursos naturales”. Jorge Mario Bergoglio
propone un cambio radical de estilo de vida para evitar que la Tierra
se siga convirtiendo “cada vez más en un inmenso depósito de porquería”.
La encíclica, de 191 páginas y titulada Alabado seas, tiene un primer capítulo demoledor titulado Lo que está pasando en nuestra casa.
El análisis descarnado del papa Francisco aborda la interconexión entre
la contaminación y el cambio climático, la mala gestión del agua, la
pérdida de la biodiversidad, la gran desigualdad entre regiones ricas y
pobres o la debilidad de las reacciones políticas ante la catástrofe
ecológica. Como ya se venían barruntando sus poderosos detractores
–desde Jeb Bush a la extrema derecha italiana y vaticana-, no solo
diagnostica los problemas, sino que señala a los culpables.
Según el Papa, el calentamiento originado por “el enorme consumo de
algunos países ricos tiene repercusiones en los lugares más pobres de la
Tierra, especialmente en África, donde el aumento de la temperatura
unido a la sequía hace estragos en el rendimiento de los cultivos”. De
ahí que Francisco señale muy claramente la responsabilidad del actual
sistema económico mundial: “La deuda externa de los países pobres se ha
convertido en un instrumento de control, pero no ocurre lo mismo con la
deuda ecológica. De diversas maneras, los pueblos en vías de desarrollo,
donde se encuentran las más importantes reservas de la biosfera, siguen
alimentando el desarrollo de los países más ricos a costa de su
presente y de su futuro”.
El Papa atribuye gran parte del problema a la voracidad de las
grandes compañías, pero también a la falta de una respuesta valiente por
parte de los gobernantes: “Llama la atención la debilidad de la
reacción política internacional”. Bergoglio se muestra aquí
especialmente duro con los políticos que “enmascaran” los problemas
ambientales o subestiman las advertencias de los ecologistas. “Las
predicciones catastróficas”, advierte, “ya no pueden ser miradas con
desprecio e ironía. A las próximas generaciones podríamos dejarles
demasiados escombros, desiertos y suciedad”. El Papa cree que detrás de
esa displicencia de la política hay algo más grave: “El sometimiento de
la política ante la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso
de las Cumbres mundiales sobre medio ambiente. Hay demasiados intereses
particulares. Y muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer
sobre el bien común y a manipular la información para no ver afectados
sus proyectos”.
La encíclica, que se refiere a la Tierra como una hermana con la que
se comparte la existencia o como una madre que acoge entre sus brazos,
llega a tocar aspectos muy sensibles para algunos sectores de su
parroquia. Bergoglio advierte incluso de que la propiedad privada no
puede estar por encima del bien común. Dice que una regla de oro del
comportamiento social –“y el primer principio de todo el ordenamiento
ético-social”—es el “principio de subordinación de la propiedad privada
al destino universal de los bienes”. Y añade una de las frases que sin
duda provocarán un respingo a quienes, desde los sectores más
conservadores de dentro y fuera de la Iglesia, ya le venían acusando de
comunista. Dice el Papa: “La tradición cristiana nunca reconoció como
absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la
función social de cualquier forma de propiedad privada”. Eso sí, el papa
revolucionario se cura en salud apoyándose a continuación en Juan Pablo
II: “Dios ha dado la Tierra a todo el género humano para que ella
sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a
ninguno”. La última frase, eso sí, Francisco la resalta con la
intencionalidad de las cursivas.
Jorge Mario Bergoglio cita a sus predecesores para dejar constancia
de que también ellos se mostraron preocupación por la destrucción del
planeta. “Hay que eliminar las causas estructurales de las disfunciones
de la economía mundial”, dijo Benedicto XVI, “y corregir los modelos de
crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto del medio
ambiente”. Pero no hay duda de que Francisco va más allá. En el fondo y
también en la forma. Porque el Papa sale de los recintos del Vaticano e
incluso de la fe cristiana para “reconocer, alentar y dar las gracias” a
todos aquellos que “trabajan para garantizar la protección de la casa
que compartimos”.
Una vez leído el texto, la polémica de por qué se filtró y quién lo
hizo es insignificante. Como también el debate rancio –y solo para
iniciados— de si la primera encíclica escrita en solitario por Francisco
se adecúa a los cánones tradiciones. No hace falta más que seguir a
Jorge Mario Bergoglio desde hace más de dos años para saber que su
objetivo no es obtener un galardón en literatura o en diplomacia. Su
encíclica –la primera escrita íntegramente por él— es un grito para
salvar el planeta, al que él llama la casa común: “Necesitamos una
solidaridad universal nueva”.
Un gesto antes de la cumbre para reducir las emisiones
MANUEL PLANELLES, Madrid
La encíclica del Papa forma parte de los gestos que preceden a la
cumbre de París de diciembre, donde se debe aprobar el protocolo que
sustituirá a Kioto para la reducción de las emisiones y cuyo objetivo
final es limitar el aumento de la temperatura global a dos grados
Celsius a final de siglo. Que el Papa ponga el foco en este asunto no ha
sentado bien a todo el mundo. “No me dejaré dictar la política
económica por mis obispos, mis cardenales o mi Papa”, ha dicho Jeb Bush,
aspirante a presidente de EE UU. El candidato republicano (y católico)
puso voz a un sector de la economía que no está dispuesto a prescindir
de las energías fósiles, como propone el Papa. A principios de mes, seis
grandes grupos petroleros europeos reconocían en una carta abierta que
el cambio climático “es un desafío crítico” para el planeta. Los
gigantes estadounidenses del sector declinaron ratificar aquel escrito.
La implicación del sector privado en la lucha contra el cambio
climático parece básica. Pero, también, la coherencia de las principales
economías. El G-7, en su reciente declaración de Elmau, apostaba por
“la eliminación de subsidios a los combustibles fósiles ineficientes”.
Pero, paralelamente, Oxfam alertaba de que cinco de los siete miembros
del G-7 han incrementado el uso del carbón desde 2009.
El futuro protocolo de París se basará en gran medida en los
compromisos voluntarios de reducción de gases de efecto invernadero que
los casi 200 países deben presentar. De momento, 39 Gobiernos ya lo han
hecho, entre ellos la Unión Europea y EE UU. Pero, según han alertado ya
varios expertos y organismos —como la ONU o la Agencia Internacional de
la Energía—, las reducciones de las emisiones que se están poniendo
sobre la mesa no son suficientes para limitar el aumento de la
temperatura a dos grados.
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