El tesoro de Rudesindo
En 1961 un pescador halló uno de los mayores yacimientos petrolíferos de la historia
Ahora se estudia como símbolo de la mala gestión estatal
Jan Martínez Ahrens
Mexico City
28 JUN 2015 - 00:00 CEST
Corría julio de 1961 y la barca Centenario del Carmen
surcaba la cálida y poco profunda sonda de Campeche cuando el pescador
Rudesindo Cantarell Jiménez advirtió algo fuera de lo normal. A menos de
30 metros de la embarcación camaronera, del corazón de las aguas
turquesas, brotaba una burbujeante mancha oscura. Rudesindo fondeó cerca
para cerciorarse de aquel extraño fenómeno. Lo que vio no lo pudo
olvidar jamás.
Con el lento curso que toma el tiempo en el Caribe, el pescador no
contó su descubrimiento hasta 1968, cuando, tras capturar una tonelada
de pargo rojo, se encontró a un ingeniero de Pemex en el puerto
veracruzano de Coatzacoalcos. Tres años después se confirmó que esas
burbujas negras, situadas a 70 kilómetros al norte de playa del Carmen,
procedían del mayor yacimiento petrolífero de América y el segundo del
mundo. Rudesindo había descubierto uno de los más fabulosos tesoros de
todos los tiempos. Su explotación arrancó en 1979 y ahora se estudia como un ejemplo de la mala gestión petrolífera mexicana.
Bajo los efectos euforizantes de semejante filón, el Estado mexicano,
que llevaba años embarcado en gigantescos programas de
infraestructuras, pisó aún más el acelerador de la deuda. Todo era
optimismo, todo se podía pagar. Carreteras, aeropuertos, pozos… La
burbuja oscura hallada por Rudesindo se extendió a lo largo del país
hasta que a principios de los ochenta, en una combinatoria que luego se
ha repetido en otras latitudes, los precios del petróleo empezaron a
desmoronarse mientras las tasas de interés se disparaban. La incapacidad
para cumplir con los préstamos desembocó en una abismal crisis. En
1982, el Gobierno mexicano reconoció la quiebra de la economía,
suspendió el pago a los acreedores extranjeros y, poco después, anunció
la expropiación de la banca. La caída, la mayor de su historia reciente,
arrastró consigo una década entera.
La hiperabundancia del yacimiento de Cantarell, que por sí solo
surtía dos tercios de todo el petróleo mexicano (el séptimo productor
mundial), no solo alimentó el pecado de la soberbia, sino también
adormeció la competitividad. Los beneficios de Pemex, gestora del
yacimiento, en vez de reinvertirse en tecnología, han nutrido año tras
año el presupuesto del Estado llegando a representar hasta el 40% del
ingreso público. La consecuencia ha sido que, a medida que iba
declinando la producción del yacimiento (ha pasado de 3,3 millones de
barriles diarios a 2,5 millones en diez años), la esclerosis del sistema
monopolístico fue quedando al descubierto.
El resultado ha sido una lacerante paradoja: un país con 53 millones
de pobres guarda aún en el subsuelo 30.000 millones de barriles de
petróleo y 500.000 millones de pies cúbicos de gas natural, pero no
puede de explotarlos debidamente pese a haber tenido durante 76 años el
control de los hidrocarburos. Ese es el motivo último del fin del
monopolio estatal y también del enorme negocio que ha abierto la reforma
energética. Una nueva era que Rudesindo no verá. Murió en 1997, con 83
años. Hasta su fallecimiento recibió una pequeña pensión por su
descubrimiento. Eso sí, el pozo lleva su apellido: Cantarell.
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