Paradores de mar y océano
De oeste a este Andalucía posee cinco encantadores Paradores de Turismo que se asoman al océano Atlántico y el mar Mediterráneo.
Mazagón, el corazón virgen
Es uno de los lugares más valiosos de la España verde. Un lugar virgen, casi inexplorado, kilómetros y kilómetros de playas solitarias expuestas a los vientos del océano Atlántico. Mazagón ocupa uno de los extremos de Andalucía y es puerta de entrada al Parque Nacional de Doñana.
Su Parador de Turismo se asoma a un promontorio de un duna fósil
cubierta por un bosque de perfumados pinos. Sus miradores otean el
horizonte. Y muy cerca de aquí los monjes de La Rábita vieron perderse
en la lejanía en la primavera de 1492 las tres carabelas capitaneadas
por Cristóbal Colón.
Doñana, el parque nacional de la marisma, el sotobosque y las últimas playas vírgenes de España, abre sus puertas por Matalascañas y El Rocío,
a poco más de una decena de kilómetros de un Parador ecológico, verde y
perfumado de hierba fresca todo el año. Tiene dos alturas, es blanco
como la cal andaluza. Sus jardines parecen una prolongación del azul
salino y en su cocina se elaboran los mariscos que afaman Huelva y los jamones ibéricos de bellota que se curan en la Sierra de Aracena, más al norte, allí donde las fronteras se confunden con Portugal y Extremadura.
Cádiz, aromas coloniales de una bahía
Cádiz ha sido la última gran apuesta de Paradores en Andalucía. Una inversión millonaria
para convertir el viejo Hotel Atlántico, de tan gratas resonancias
románticas, en uno de los establecimientos modelo de la red nacional.
Cádiz posee uno de los Paradores de Turismo más modernos de España, un
hotel de nueva planta que asoma sus habitaciones a la Bahía y al océano
Atlántico. Su construcción fue cuidada con exquisito mimo: la
decoración, la disposición de las plantas, la ubicación de las
habitaciones, el mobiliario de los salones comunes, los servicios de
spa, las tres piscinas exteriores, el menú del
restaurante y de la tapería... Todo en Cádiz se planificó con el esmero
del tiempo y la atención de los profesionales para convertir el nuevo
establecimiento en un referente de la hostelería moderna.
Andalucía posee dieciséis paradores, pero Cádiz se ha convertido en buque insignia de la modernidad
que la red nacional quiere imprimir de cara al futuro. Su ubicación en
el mapa urbano de la ciudad es excepcional. Se halla en el saliente de
'la tacita de plata', frente a las aguas del Atlántico y la Bahía. Desde
sus habitaciones se divisa a lo lejos Rota y El Puerto de Santa María y es vigía de las embarcaciones que entran y salen de los diques gaditanos. A un lado, la playa de la Caleta, apenas a cien metros, junto a la entrada al castillo de Santa Catalina.
Málaga Golf, el green de la Costa del Sol
El Parador Málaga Golf abrió sus puertas a finales de los sesenta del
pasado siglo, en unos años en que la Costa del Sol comenzó a
multiplicar su oferta hotelera. Pero el modelo constructivo que mostró
al mundo fue muy distinto al que proliferó en los pueblos costeros
situados a un lado y otro de Málaga capital. Frente a la verticalidad y
uniformidad de los grandes bloques de hormigón en que acabaron
convertidos la mayor parte de hoteles de la costa, el Parador Málaga
Golf fue proyectado con tan solo dos alturas, en uno de los pocos rincones aún vírgenes que se extienden entre la capital y el vecino y turístico Torremolinos.
Hoy día es un edificio equilibrado, hecho a escala de las personas, que ofrece tranquilidad y equilibrio,
integrado en el verde tapiz de su campo de golf y donde ni el vuelo
incesante de los aviones despegando y aterrizando en las pistas cercanas
del aeropuerto Pablo Ruiz Picasso parecen alterar el descanso de los
huéspedes.
El primer edificio fue construido con forma de U. En el centro la
zona de servicios, incluido un comedor abierto al jardín. Y en los dos
laterales sendas áreas de descanso, un conjunto de habitaciones abiertas
a balcones que miran al jardín y en el centro una deliciosa piscina circular que
los pasajeros de los aviones parecen codiciar desde las alturas. El
Parador mira al mar. La playa es un singular oasis de tranquilidad
alterado tan solo por un colorista club de kitesurf y una tolerante
colonia nudista.
Nerja, acantilados mediterráneos
Nerja es uno de los pueblos más encantadores, no solo de la Costa del
Sol, sino de toda Andalucía. Quizá nos quedemos cortos (no exageramos) y
convendría decir que en España la localidad malagueña de Nerja
figuraría con todo merecimiento en el listado de sus pueblos más bellos.
Para ser conscientes de tan mayúsculos piropos conviene reservar en el
Parador de Turismo, encaramado a los acantilados que vigilan la playa de Burriana, que es como una luna creciente de arena dorada tendida en el Mediterráneo.
Fue construido en los setenta del pasado siglo con un cierto aroma
racionalista. Se ha rehabilitado con gusto y sus salones son un
espectáculo de luz. Hay una terraza desde donde se otea con una cierta
altura el mar en el que comer pescado frito y arroces
deliciosos. Y estos días hay una barcaza donde se asan espetos de
sardinas. Un ascensor panorámico nos permite bajar hasta la playa,
regalarnos un chapuzón en las cálidas aguas del mar más antiguo del
mundo antes de subir otra vez a nuestro refugio, hacer unos largos en la
piscina y tumbarnos en una de las hamacas del jardín a esperar que el
descanso nos repare.
Mojácar, la luz de un atardecer
El mar Mediterráneo se cuela en las habitaciones del Parador de
Mojácar. Están a unas decenas de metros de donde rompen las olas, con
solo salvar una carretera y un dulce paseo marítimo. Al sur se halla el Parque Natural de Cabo de Gata,
el conjunto protegido más enigmático no solo de Andalucía sino de
España. Es tierra semidesértica, esteparia, desnuda y desabrigada, más
propia de otras latitudes norteafricanas que de la Andalucía verde y
montañosa.
El Parador mira a la mar, pero el pueblo se halla escondido en el
interior, a cinco kilómetros de la playa tierra adentro, oculto entre
cerros pelados y valles desabridos. Mojácar es un pueblo bellísimo, de
calles empinadas, plazas muy pequeñitas y casonas que los vecinos
encalan estos días de tardía primavera. El pueblo fue levantado en un
tiempo donde el mar constituía una amenaza. Hoy nada hace peligrar la
cercanía al Mediterráneo. Que se lo digan sino a los huéspedes del
Parador y a su reparador descanso.
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