lunes, 1 de junio de 2015

Nacimiento virgen: sin sexo ni palomas

Nacimiento virgen: sin sexo ni palomas

Hallada en Florida una población amenazada de pez sierra que se reproduce sin aparearse

 
Pez sierra juvenil en los estuarios de Florida. / Florida Fish and Wildlife Conservation Commission (FWC)

Muchos descubrimientos ocurren de chiripa, y el de Andrew Fields y sus colegas de la Universidad de Stony Brook es el último de ellos. Lo que buscaban entre los peces sierra de los ríos de Florida no era un milagro, sino un dato aburrido pero esencial para esa población de peces al borde de la extinción: su grado de uniformidad genética como consecuencia de la endogamia que suelen padecer las poblaciones con muy pocos individuos. Y lo que han encontrado es mucho mejor que eso: que las hembras vírgenes han empezado a tener hijos. Sin necesidad de sexo. Ni de difamar a las palomas.

La partenogénesis (nacimiento virgen), por la que una especie sexual tiene la posibilidad de reproducirse por una especie de clonación natural de las hembras, es un fenómeno común en invertebrados como los insectos, e incluso se ha documentado ocasionalmente en vertebrados como pájaros, reptiles y tiburones, casi siempre en cautividad. Pero los peces sierra de Florida son el primer ejemplo descrito en su hábitat natural, en una población que sigue reproduciéndose sexualmente en la mayoría de las ocasiones, y donde la partenogénesis no es una curiosidad de zoológico: el 3% de los peces sierra de allí son hijas de vírgenes. Los machos, por cierto, nunca tienen esa capacidad, en ninguna especie.

La partenogénesis (nacimiento virgen), por la que una especie sexual tiene la posibilidad de reproducirse por una especie de clonación natural de las hembras.

El pez sierra de diente pequeño (Pristis pectinata) es una especie en peligro extremo de extinción, con una población que se ha visto diezmada hasta menos del 5% de su tamaño en 1900. La especie sobre vive casi exclusivamente en el suroeste de Florida. Son unos peces de buen tamaño: alcanzan con facilidad el medio metro de longitud. Y tienen esa fealdad inconfundible que comparten con el gallo, con la boca torcida y los dos ojos al mismo lado de la cara, en una pesadilla biológica que resulta de la conveniencia de nadar extendiendo las aletas a los lados del cuerpo, en lugar de verticales.

Fields y sus colegas han recogido –y devuelto al agua— 190 individuos entre 2004 y 2013. Los han analizado con las técnicas genéticas convencionales para estimar el grado de variedad genética de cada individuo: utilizan unas secuencias de ADN que, al ser muy variables en la especie, permiten calcular el parentesco interno de un individuo consigo mismo. Todos tenemos un juego de cromosomas heredado de la madre y otro del padre, y nuestro genoma contiene por tanto un registro de las diferencias genéticas entre nuestra madre y nuestro padre.

Los científicos conjeturan que estos casos de partenogénesis son adaptativos, es decir, un intento de las hembras por superar la escasez de machos.

Cuando las poblaciones se reducen hasta el riesgo de extinción, los dos progenitores tienden a ser primos o incluso hermanos, por la sencilla razón de que no es fácil encontrar otra cosa por los alrededores. Un parentesco interno (IR, por internal relatedness) de 0,25 quiere decir los padres eran primos; uno de 0,50 revela que eran hermanos. Los científicos de Stony Brook han encontrado siete peces sierra con un IR cercano a 1: sus dos juegos de cromosomas son idénticos, o casi, y por tanto no provienen de padre y madre, sino solo de la madre. Nacimiento virgen de manual.

Los científicos conjeturan que estos casos de partenogénesis son adaptativos, es decir, un intento de las hembras por superar la escasez de machos (y de cualquier otra cosa). Es solo una hipótesis. Creen que la partenogénesis puede estar mucho más extendida en el mundo animal de lo que creemos. Y recuerdan que el proceso es extremadamente improbable, o imposible, en humanos. Ay José, que no fue la paloma.

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