Una ‘policía del cielo’ para buscar el planeta perdido
Ceres fue descubierto gracias al empeño de un grupo de astrónomos, en 1800, de hallar el planeta que se encontraba entre las órbitas de Marte y Júpiter
Año 1800. Seis astrónomos se reúnen en el Observatorio privado de
Johann Schröter en Lilienthal, al norte de Alemania. Allí fundan la
primera sociedad astronómica y se organiza la llamada "policía celeste"
con objeto de encontrar el “planeta perdido”, ya intuido por Kepler en
el siglo XVI, entre las órbitas de Marte y Júpiter.
Para establecer estas distancias, y como si de un pasatiempo
matemático se tratara, la Ley parte de la secuencia de números 0, 3, 6,
12, 24, 48, 96, 192, 384, donde a cada número, que es el doble del
anterior, si exceptuamos el primero, se le suman 4 unidades, de modo que
la secuencia numérica resultante es 4, 7, 10, 16, 28, 52, 100, 196,
388. Si la distancia del Sol a la Tierra se fija en 10 (lo que
equivaldría a 1 Unidad Astronómica), en la misma escala, se observa que
esta sucesión de números coincide con las distancias medias reales entre
el Sol y los planetas: a Mercurio, 3,9; a Venus, 7,2; a Marte 15,2; a
Júpiter 52 y a Saturno 95,4.
Cuando Bode formuló su regla aún no se habían descubierto los tres
últimos planetas (Urano, Neptuno y Plutón, entonces aún inscrito en esa
categoría), de manera que su tabla sugería que podía haber uno o más
planetas a aproximadamente estas distancias más allá de Saturno. Cuando
se descubrió Urano, su distancia media en esta escala resultó ser de
192, lo que reforzaba la relación numérica. En cambio, después se vio
que la ley no era aplicable a los casos de Neptuno, descubierto en 1846,
y Plutón, descubierto en 1930, con distancias menores que los valores
previstos teóricamente: 300,7 en lugar de 388, que siguiendo la serie
sería el resultado de sumar 4 al doble de 384, y 394,6 en lugar de 772,
por la misma regla. La ley sí parece verificarse en el caso de satélites
de Júpiter, Saturno y Urano e, incluso, con sistemas exoplanetarios.
Pero lo más importante de la Ley de Bode, lo que realmente llamaba la
atención de esta correlación de secuencias, y lo que se preguntaban los
astrónomos reunidos en Lilienthal, era qué había entre el 16 y el 52,
entre Marte y Júpiter, por qué no encontraban ningún planeta en la
posición número 28. Estaban convencidos de que uno de los planetas del
Sistema Solar había pasado desapercibido y, por ello, se afanaron en su
búsqueda patrullando con telescopios todo el cielo, que se dividió en 24
partes para facilitar el trabajo.
El 1 de enero de 1801 (el primer día del primer mes de un nuevo
siglo) se produjo el gran descubrimiento. Sin embargo, fue Giuseppe
Piazzi, un astrónomo siciliano que no era del equipo (aunque después se
sumaría a la Policía Celeste), quien descubrió por casualidad, mientras compilaba un catálogo de estrellas, el supuesto “planeta perdido”.
Mas no fue un planeta nuevo lo que Piazzi descubrió, aunque así lo
llamaran en un principio, sino un pequeño objeto similar a un planeta,
Ceres, el primero de los planetas menores o "asteroides"
(término que propuso el astrónomo William Herschel por su apariencia
estelar) que se descubrirían posteriormente. Al principio, a un
ritmo lento: sólo se habían descubierto cuatro (Pallas, Juno y Vesta,
además de Ceres) cuando la policía celeste se disolvió en 1815, y el
quinto (Astrea) no se localizó hasta 1845. Ya eran un centenar, hacia
1870, los objetos descubiertos y que componían el cinturón de asteroides
entre Marte y Júpiter. Hoy conocemos más de 600.000 asteroides con
órbitas determinadas, pero se estima que hay aproximadamente un millón
con diámetros mayores de 1 kilómetro y este número se eleva decenas de
millones si consideramos asteroides de más de 100 metros de diámetro.
Con sus 950 kilómetros, Ceres, bautizado como la diosa romana de las
plantas, es el más grande de todos ellos, hoy ya no un “planeta
perdido”, sino un “planeta enano”.
Carmen del Puerto Varela es
periodista, doctora en Ciencias de la Información y jefa de la Unidad de
Comunicación y Cultura Científica (UC3) del Instituto de Astrofísica de
Canarias (IAC). Durante seis años fue directora del Museo de la Ciencia
y el Cosmos, de Museos de Tenerife. En 2009 escribió y dirigió la obra
de teatro multimedia El honor perdido de Henrietta Leavitt.
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