Gente / cuento de verano (ficción)
La deuda de los Friedmann con Eneas el griego
Día 03/07/2015 - 01.15h
En su barca con ricos europeos, frente a una playa desierta, el marinero decidió tensar la negociación de Grecia con la troika
Solo quedaban un puñado de monedas en el bolsillo de Eneas después de una semana de corralito. Estaban secos el par de cajeros de la diminuta, agreste y «estamos intentando que todavía se conserve pura» isla de Antíparos.
Pero no quería perder la habitación alquilada para dos días en una de
las pocas playas griegas sin ocupación masiva de turistas extranjeros.
Un paraíso, parakaló (por favor), que ya estaba funcionando con exageración en la agencias de viajes como el último rincón perdido en las Cícladas.
Negoció con un pescador reconvertido en taxista acuático un
viaje en barca hasta una cala donde no se hubiera mojado nadie desde el
neolítico. No logró ir solo. No supo decir que no a los centroeuropeos
con los que había hecho el trayecto desde la vecina isla de Paros. Una
familia germánica le suplicó compartir viaje con ellos en un absurdo
intento de hacer turismo de última frontera sin salir de la Unión
Europea. Los Friedmann estaban dispuestos a pagar todo el importe, y él tenía que racionar los pocos euros que tenía. El patrón retirado, Aquerón, los subió a todos mientras su segundo cobraba sin poder devolver el cambio.
Y allí, en mitad de la singladura, navegando a apenas 300
metros frente a las cuatro casas de la playa de Soros, en una barcaza
con ricos europeos, Aquerón decidió tensar la negociación de Grecia con la troika.
Jubilado sin peinar canas, reconvertido a la economía
sumergida en un país empobrecido, sucumbiendo al negocio del turismo de
la famosa hospitalidad griega de la que tanto abominaba pero necesitaba
para vivir, ayudando a forasteros a ocupar su idílica isla. Ahora, él
era patrón de todos ellos.
Aquerón apagó el motor en mitad del mar, mientras
despotricaba en griego con la seguridad de quien sabe que no le
entienden ni siquiera cuando meneaba la cabeza lamentándose en voz alta
con un Oxi, oxi, oxi (No, no, no).
Los Friedmann, sonrosados por un sol que quema demasiado
para su piel, navegaban con la confianza de quien paga el billete por un
servicio que debe ser devuelto.
Eneas sí entendió las palabras de Aquerón. Agarró al
segundo de abordo del brazo y le pidió que convenciera al patrón de que
llevara a los centroeuropeos a la costa o todos lo lamentarían. Él
también quería terminar aquella broma pesada. El lugarteniente,
divertido con la situación al principio, no quiso prolongar más la
zozobra. Dudó, lanzó una moneda al aire, salió cara, y finalmente dijo nai, sí.
Aquerón dejó a Eneas y a los Friedmann en el puerto con sus
bañadores, sus flotadores fluorescentes y su olor a crema solar. Y se
alejó con su barca sin poder dejar de mirar la despreocupación de la
orilla.
Habían venido para quedarse en el último rincón de las islas griegas. También en su Antíparos.
[Los personajes y la historia son ficción. Cualquier parecido con la realidad es solo coincidencia]
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