DE REGATA EN REGATA | Clipper Race
Pasión y negocio de Sir Robin Knox-Johnston
Sir Robin Knox-Johnston, junto a algunos de los participantes de la Clipper Race 2015/2016. | Clipper Race
Sir Robin Knox-Johnston, el primer hombre que dio la vuelta al mundo a vela en solitario y sin escalas,
ideó la Clipper Race en 1995 para dar la oportunidad a cualquier
persona de experimentar las sensaciones que él tuvo cuando protagonizó
su gesta en 1969. Más allá de la filosofía de la regata, el navegante
británico ha creado un negocio de éxito en un deporte minoritario.
En su décima edición, 690 tripulantes han pagado por ser entrenados y participar en la regata de Sir Robin. El billete cuesta entre 7.000 y 68.000 euros,
dependiendo de si el neófito regatista escoge disputar una sola etapa o
la vuelta al mundo completa. Veterinarios, banqueros, estudiantes,
médicos, directivos, ingenieros, empresarios, cocineros o artistas han
dejado de lado sus profesiones para embarcarse. De todos ellos, el 40%
no había navegado antes. En total, más de 3.000 hombres y mujeres de
entre 18 y 74 años se han alistado en las últimas dos décadas para
navegar en barcos donde sólo los patrones son profesionales.
A nivel empresarial, Clipper Ventures, organizadora de la aventura,
posee y gestiona una flota de 12 unidades valorada en 15 millones de
euros. El patrocinio de cada barco cuesta dos millones de euros y no
faltan compañías dispuestas a desembolsar esas cantidades a cambio de
una eficaz exposición de sus marcas en los medios de comunicación e
internet. Casi la mitad de la flota luce en los cascos y velas pegatinas de puertos donde la competición hará escala.
Según explican desde la organización, un patrocinador de la anterior
edición procedente del sector financiero calculó que su campaña en la
Clipper Race generó "nuevos negocios" por valor de 100 millones de
euros. A nivel mediático, la regata tenía una audiencia potencial en los medios de 900 millones de personas en la última edición.
Las dos principales fuentes de ingresos de la prueba son los
tripulantes, que pagan por participar, y los patrocinadores, pero
también hay un trozo del pastel para los puertos. Cada escala (los
veleros atracan en varios puertos en algunas etapas) supone una
operación logística que supera el millón de euros, pero sobre el papel
el retorno está asegurado. El alcalde de Londres, Borin Johnson, asegura
que acoger la salida y la llegada de la regata produce un impacto económico de 50 millones de euros para la ciudad.
Alex Laine, Pablo Borrego y Javier Sopelana. | Clipper Race
Siete españoles alistados
Dar la vuelta al mundo a vela sigue siendo uno de los desafíos más
extremos a los que se puede enfrentar el ser humano. Y no sólo por los
peligros en forma de vientos, olas, hielos u ofnis (objetos flotantes no
identificados), sino también por las condiciones de vida: semanas
trabajando en un espacio reducido, húmedo y maloliente que no deja de
moverse en mitad de la nada y sin apenas descanso. Dicen que hay que
estar hecho de una pasta especial para ser regatista oceánico, además de
estar un poco loco. La Clipper Race, sin embrago, se empeña en echar
por tierra dicha hipótesis.
Pablo Borrego es uno de los siete españoles
inscritos en esta edición de la prueba. «Yo pasaba todos los días por el
metro de Londres, donde trabajo en una consultoría desde hace nueve
años, y veía en las paredes los anuncios de la Clipper Race; siempre le
comentaba a mi amigo que la regata tenía muy buena pinta y que estaría
genial hacerla. Lo repetía una y otra vez hasta que mi amigo me dijo:
‘¿por qué no dejas de decirlo y simplemente lo haces?’. Y, la verdad, no
tenía ninguna excusa para no hacerlo», explicaba el cordobés antes de
iniciar, el pasado 30 de agosto, la etapa Londres-Rio de Janeiro.
«Desde siempre he tenido el sueño de cruzar el Atlántico a vela,
quería hacerlo además en una regata, no en una simple travesía, y la
Clipper Race me ofrecía esa experiencia», señala Carlos Arimón,
director general de la delegación en España y Portugal de una
multinacional dedicada a la distribución de herramientas. Así que se
apuntó a la segunda etapa de la regata (Rio-Ciudad del Cabo). El
directivo reconoce que el idioma fue uno de los problemas que se
encontró en un principio «porque, aunque domines el inglés, el lenguaje
náutico es muy complicado».
Antes de echarse al mar, la organización de la competición se encarga
de adiestrar a todos los grumetes durante cuatro semanas. «Físicamente
es muy duro», asevera Javier Sopelana, examinador de
patentes en la Oficina Europea de Patentes de Múnich, alistado para los
dos primeros asaltos de la vuelta al mundo. «Te preparan para lo que se
nos viene encima: nos enseñan el barco , que es muy grande y especial,
así como a realizar todas las maniobras de manera sincronizada, a
ensayar los turnos de guardia (cuatro horas de trabajo, cuatro de
descanso)... Fue agotador», recuerda el gijonés, que procede de una
«familia de marinos; mi padre y mi abuelo fueron capitanes de la Marina
Mercante».
El tripulante más joven de la edición 2015/2016 se llama Álex Laine,
un barcelonés de 19 años recién cumplidos que desde hace dos años vive
en Bali. Pese a su edad, lleva un lustro preparándose para el desafío de
dar la vuelta al mundo. «Cuando tenía 14 años leí en el periódico una
noticia sobre una regata para amateurs alrededor del mundo y decidí que
quería participar», esgrime. Desde entonces, empezó a trabajar a tiempo
parcial. «Estoy aquí también gracias a mis padres y a una empresa
llamada Big Chocolate, que me ayudó mucho». Pretende que esta
experiencia le sirva para «ser alguien en el mundo de la vela».
Una aventura de estas dimensiones entraña riesgos. Muchos. El pasado
día 5 la Clipper Race se tiñó de luto por primera vez en 20 años. Andrew
Ashman falleció tras golpearse con la vela mayor a 120 millas de
Portugal cinco días después de la salida. El barco regresó a tierra. La
tripulación tuvo que decidir si seguir o abandonar. Días después la
embarcación volvía al Atlántico. Esto no deja de ser una regata
oceánica.
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