Un barco argentino en la guerra de submarinos
El
22 de junio de 1942, el carguero argentino “Río Tercero” fue torpedeado
y hundido por el submarino alemán U 202 frente a la costa este de
Estados Unidos, a 120 millas de Nueva York.
La
escasez de bodegas disponibles debido a la guerra y la posibilidad de
colocar grandes cantidades de producción agrícola llevaron al gobierno
del presidente argentino Ramón Castillo (1942-1943) a crear la
Mercante del Estado. La flota estaba integrada por viejos barcos,
muchos de ellos veteranos de la guerra anterior, que desde el comienzo
de la conflagración se hallaban anclados en puertos argentinos. Ese fue
el caso también del Río Tercero.
El
Río Tercero, de 4.866 toneladas, había sido construido en 1912. Hasta
su hundimiento tuvo una movida historia. Había sido botado para la
African Steamship Co y bautizado EBOE (3), navegando bajo bandera
británica. En 1916 fue vendido a una armadora italiana y rebautizado
Fortunastella.
Al
comenzar la guerra fue retenido en Necochea, una ciudad argentina sobre
la costa del Atlántico a unos 500 kilómetros al sur de la capital
argentina. En 1941 lo compró el Gobierno argentino, que lo incorporó un
año después a la Flota Mercante del Estado con el nombre de Río Tercero.
13 banderas argentinas
El
Río Tercero retornaba a Buenos Aires desde el puerto de Nueva York,
donde había descargado cereales. Estaba al mando del capitán Luis Pedro
Scalese y de regreso traía general, pero nada que pudiera considerarse bélico.
Cinco
tripulantes murieron como consecuencia del ataque y 36 lograron
abandonar el barco, que se hundió en apenas once minutos, dice Bradley
Sheard en su libro “Los Voyages: Two Centuries of Shipwrecks in the
Approaches to Ney York”. Según Sheard, el Río Tercero llevaba 13
banderas argentinas pintadas en los costados y la superestructura y su
nombre se veía nueve veces.
Detenidos e inspeccionados
Según
las convenciones internacionales, barcos neutrales no podían ser
atacados por las potencias beligerantes, a menos que transportaran
material de guerra. Para constatarlo, los submarinos detenían e
inspeccionaban a los cargueros.
El submarino alemán U 202.
Hans-Heinz
Linder, el comandante del U 202, argumentó que el Río Tercero no
llevaba marcas de neutralidad y que fue reconocido como argentino por las declaraciones de los sobrevivientes después del ataque.
Una
“leyenda negra” dice que el capitán Scalese le dijo a Linder que el Río
Tercero no había enviado ningún SOS, lo cual no era cierto, y que el
barco no tenía libro de navegación, lo cual tampoco se correspondía con
la realidad.
De
regreso a Buenos Aires, se difundió el rumor de que el Río Tercero
había sido hundido como represalia por haber violado la neutralidad
avisando a los norteamericanos la posición de otro sumergible alemán que
los habría interceptado anteriormente, para cobrar una supuesta recompensa.
La “leyenda negra”
Según
Histarmar, Roque Volpe, telegrafista del Río Terceo, “calificó de
absoluta falsedad esas presunciones” y dijo creer que “el rumor surgió
de la propia Cancillería argentina, que quería calmar la ira popular por
el ataque y las muertes, para evitar a toda costa represalias contra
los intereses alemanes en la Argentina”.
Mucho
indica que efectivamente Ramón Castillo simpatizaba con el Tercer Reich
y el nacionalsocialismo, pero seguía oficialmente una política de
neutralidad. Dentro del Gobierno y los militares se produjeron más tarde
tensiones, que desembocaron en un golpe del Grupo de Oficiales Unidos
(GOU, de orientación fascista) el 4 de junio de 1943.
En misión secreta
Una
anécdota interesante en el entorno de ese trágico hecho es que una
semana antes (el 14 de junio), del U 202 había desembarcado en un bote
de goma un comando alemán de cuatro hombres. El comando tenía la misión
de cometer actos de sabotaje en Estados Unidos.
El
grupo se proponía atacar fundiciones de aluminio y represas en
Tennessee, Illinois y Nueva York. Otro comando desembarcó desde otro
submarino, con la misión de volar túneles de ferrocarril, puentes y
sistemas de abastecimiento de agua en Nueva York. El descabellado plan
pronto se desbarataría. Uno de los integrantes de los comandos se
entregó al FBI, los otros fueron pronto detenidos por la policía. Todos
fueron ejecutados en la silla eléctrica, salvo dos, condenados a largas
penas de prisión. En 1948 fueron perdonados por el presidente Truman y
volvieron a Alemania. (Por Pablo Kummetz; DW.DE)
13/05/15
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