Madrid.
A la derecha, la apariencia que habría tenido el agujero de la capa de ozono el 26 de marzo de 2011 si no hubiera existido el Protocolo de Montreal. A la izquierda, cómo apareció la capa de ozono ese mismo día gracias a las medidas del protocolo
Chipperfield et al.| Nature Communications
La capa de ozono se extiende aproximadamente de 15 a 50 km de altitud, reúne el 90% de este gas presente en la atmósfera y absorbe del 97 al 99% de la radiación ultravioleta de alta frecuencia. En las últimas décadas, la disminución del grosor de esta capa, o el agujero de la capa de ozono, ha sido objeto de preocupación para los científicos.
En 1985 un equipo de científicos del Estudio Británico de la Antártida en Cambridge (Reino Unido) dio la voz de alarma en la revista Nature al descubrir que la capa de ozono de la Tierra estaba disminuyendo drásticamente en la Antártida. Debido a este desgate, aumentarían los casos de melanomas, de cataratas oculares, supresión del sistema inmunitario en humanos y en otras especies. También afectaría a los cultivos sensibles a la radiación ultravioleta.
Ante esta situación, los gobiernos firmaron el 16 de septiembre de 1987 el Protocolo de Montreal (Canadá) en el que se obligó a los países firmantes a disminuir el uso de compuestos químicos como los clorofluorocarbonos (CFC) como refrigerantes industriales, propelentes, y fungicidas de suelo (como el bromuro de metilo) que destruyen la capa de ozono. En 1993 se observó la mayor concentración atmosférica de estas sustancias. A partir de ese momento empezaron a disminuir.
Treinta años después del artículo de Nature, Martyn Chipperfield, investigador en la Universidad de Leeds (Reino Unido), y su equipo demuestran con un modelo químico-atmosférico en 3D que los objetivos del Protocolo de Montreal ya se han cumplido. Sin protocolo, “habríamos tenido una catastrófica reducción de la capa de ozono en todo el mundo para mediados del siglo XXI”, dice a Sinc Chipperfield, autor principal del estudio que se publica en la revista Nature Communications.
El tratado internacional de Naciones Unidas ha evitado importantes aumentos en los niveles de la radiación UV en la superficie, “que habría provocado grandes incrementos de la incidencia de cáncer de piel en humanos y daños en otros órganos”, añade el investigador quien recalca que el agujero de ozono del Antártico se podría haber incrementado un 40% para 2013 si no se hubieran tomado las medidas oportunas.
Menos radiación, menos riesgo para la salud
El trabajo demuestra que a altitudes medias, donde las personas son más sensibles al daño de los rayos UV, el porcentaje de cambios en la radiación UV en la superficie es importante. Así, en las áreas más pobladas de Australia y Nueva Zelanda, que tienen las tasas más altas de mortalidad por cáncer de piel, el modelo predice que la radiación UV en la superficie se habría podido incrementar entre el 8% y el 12%. En el norte de Europa, incluido el Reino Unido, los incrementos habrían superado el 14% para 2013.
“Usamos el modelo para calcular qué habría pasado si los contaminantes CFC u otros gases destructores del ozono hubieran seguido creciendo sin protocolo”, comenta a Sinc Chipperfield.
Según la simulación por ordenador, “ahora mismo tendríamos agujeros regulares en la zona del Ártico, en la Antártida los agujeros serían mucho más grandes y la reducción de la capa de ozono en latitudes medias sería más del doble comparado a las que se han observado en realidad en los momentos de mayor concentración”, subraya el investigador.
La disminución de la capa de ozono en las regiones polares depende de la meteorología, sobre todo en el caso de temperaturas frías a 20 km de altitud, ya que provocan más pérdida de ozono. El equipo usó las condiciones meteorológicas actuales observadas en las últimas décadas para proporcionar una simulación más precisa para las pérdidas de ozono de los polos.
Aunque en el momento en el que se firmó el protocolo de Montreal, “las causas exactas del agujero de ozono del Antártico no estaban claras” –dice el investigador– el tratado ha permitido que los países firmen para limitar modestamente los contaminantes, a la espera de reforzar su compromiso una vez que la ciencia aportara más evidencias.
“Esto ha reducido las barreras para firmar y ha facilitado los acuerdos”, concluye el autor quien añade que el protocolo también ha aportado los fondos necesarios para que los países en desarrollo opten por alternativas menos contaminantes.
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