viernes, 22 de mayo de 2015

Los curiosos «hombres torpedo» que se lanzaban contra los buques nazis y japoneses

Los curiosos «hombres torpedo» que se lanzaban contra los buques nazis y japoneses

Este mayo ha fallecido Tony Eldridge, el soldado británico que dirigió el último ataque submarino de este tipo


 

 A pesar de que la tecnología armamentística alemana en la Segunda Guerra Mundial ha pasado a la Historia por su ingenio y su originalidad (no es para menos, pues intentaron crear, entre otras cosas, una bomba espacial), lo cierto es que los nazis no fueron los únicos que usaron su ingenio para ganar la guerra. Otro de los ejércitos que trató de crear todo tipo de cachivaches más propios de una película de ciencia ficción que de la realidad fue el británico, el cual diseñó (haciendo uso de una idea italiana) un curioso torpedo tripulado para acabar con buques enemigos. Con todo, su misión no era kamikaze, pues se buscaba que los dos buceadores que lo manejaban salieran de él antes de la detonación.
La historia de estos valientes torpedos humanos británicos ha vuelto a salir a la luz después de que, a principios de mayo, falleciera a los 91 años Tony Eldridge, el soldado que se encargó de dirigir el último ataque de estas armas durante la Segunda Guerra Mundial. La operación fue, allá por 1944, todo un éxito, pues él y sus tres compañeros lograron enviar al fondo del mar nada menos que a dos navíos nipones en las inmediaciones del puerto de Phuket (Tailandia). Toda una heroicidad para la Royal Navy.

Los torpedos humanos

Para encontrar el origen de los torpedos humanos es necesario retroceder en el tiempo hasta los comienzos del S.XX, época en la que los italianos empezaron a coquetear con la idea de crear una bomba tripulada por combatientes. Esta se materializó aproximadamente en la década de los 20, momento en que la marina de este país lo usó por primera vez (y con gran éxito) contra los Astro-Húngaros. Posteriormente, el invento sería adoptado por la Royal Navy, donde fueron conocidos como «Chariots».
Su funcionamiento era relativamente sencillo, aunque sumamente peligroso para los pilotos. Y es que, la idea era crear un pequeño submarino (de unos 10 metros de largo y 1 de diámetro) cargado con un explosivo magnético y tripulado por dos buzos. Éstos, curiosamente, iban equipados con el aparatoso traje de submarinismo tan característico durante la Segunda Guerra Mundial.
Tras salir de los buques «nodriza» (normalmente en plena noche, para evitar ser vistos) los tripulantes de los «Chariots» navegaban lentamente hasta los navíos enemigos, depositaban la bomba y –tras activar el temporizador- salían por patas. Todo ello, sabedores del peligro que corrían. En primer lugar, por la posibilidad de ser descubiertos y, en segundo término, debido a que llevaban una ingente cantidad de explosivos entre las piernas.

El ataque a Phuket, ejemplo de la perfección

El ataque a Phuket que protagonizó el británico (ya fallecido) fue un ejemplo de perfección. Concretamente, se sucedió el 27 de octubre de 1944 cuando el subteniente Eldridge (recién ascendido, por cierto) y su número dos, el suboficial Sidney Woollcott, recibieron la orden de asaltar este puerto tailandés ocupado por los japoneses. Junto a ellos, a su vez, se envió al suboficial W. S. Smith y al marinero Bert Brown. Los primeros viajarían en el «Chariot» «Tiny» y los segundos, por su parte, en el «Slasher». Las máquinas en las que iban montados contaban con una autonomía de entre cinco y seis horas y alcanzaban una velocidad de hasta cuatro nudos y medio.
Aquella noche, según señala el diario «The Telegraph», lucía la Luna llena, una contrariedad, pues ofrecía la suficiente luz a los enemigos como para detectar a los «Chariots». «En la noche del ataque, Butch y yo nos vestimos y nos dirigimos hacia el torpedo, llevábamos nuestras armas personales, mapas de seda, brújulas cosidas a nuestra ropa y una cápsula de cianuro», explicaba el fallecido británico en el susodicho diario británico antes de dejar este mundo,
Aquel ataque suponía el colofón a un entrenamiento de semanas tanto en el agua como en la selva de Sri Lanka (donde se les había enseñado a sobrevivir solos). «Cuando nos lanzamos al agua, esta estaba tibia, clara. Era muy diferente a las heladas aguas del Reino Unido en las que nos habíamos entrenado. Salimos sobre las 22:00 horas y llegamos al barco enemigo a las 00:30. Cuando estas pilotando un “Chariot” bajo el agua ves muy poco. Estuvimos fuera del agua hasta que vimos el barco japonés. Entonces nos sumergimos hasta que llegamos al casco, que estaba cubierto de percebes», añadía el veterano.
Al llegar, los dos submarinistas trataron de unir el explosivo al casco, pero este estaba tan sucio que fue imposible. Los imanes no se adherían. Por ello, decidieron ubicarlo con una abrazadera a la quilla. Una vez listo, conectaron el temporizador seis horas más tarde. Así pues, a las 6:32, y bajo el grito de «¡Allá va!» de uno de los oficiales del buque «nodriza», el navío enemigo japonés explotó. Lo mismo sucedió con el que habían asaltado sus compañeros que, además se hundió rápidamente. Habían mandado al fondo del mar a dos bajeles y lo habían hecho sin una sola baja. Posteriormente, el gobierno británico les hizo llegar sus pertinentes condecoraciones por este acto de valentía… a través del correo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario