La guardería de las ballenas grises
Imagina un autobús de dos pisos con aletas. Imagina que esa mole viene directo hacia ti. Imagina que estás en una débil lancha fueraborda de apenas cinco metros de eslora flotando en una laguna costera sin posibilidad de refugiarte o quitarte de en medio. El autobús de dos pisos es una ballena gris, de nombre oficial eschrichtius robustus; peso aproximado: 20 toneladas; longitud, unos 15 metros. Pero el bus con aletas y cola no te embiste. Frena suavemente, saca su alargada cabeza para curiosear quién son esos extraños que la fotografían, y luego da un coletazo y pasa bajo la lancha tan suavemente que si lleváramos a bordo un aparador con copas de cristal de Bohemia no habría vibrado ni una.
Pues esa es la sensación que siento ahora mismo mientras me adentro en la bahía Magdalena, en la costa del Pacífico de la Baja California mexicana para ver y disfrutar de cerca uno de los grandes fenómenos de la naturaleza: la migración anual de ballenas grises desde Alaska hasta estas lagunas someras de las costa mexicana para aparearse y dar a luz a sus crías.
Las ballenas grises viven durante cuatro meses en esta laguna costera de Magdalena, o en las cercanas de San Ignacio y Ojo de Liebre,
tres bahías de aguas someras de apenas 20 metros de profundidad,
enseñando a sobrevivir a sus ballenatos, que consumen unos 200 litros de
leche materna al día. Una especie de guardería de cetáceos en la que
los bebés están a salvo de sus depredadores. Luego, a mediados de abril,
una voz misteriosa, una orden grabada en lo más profundo de sus genes,
les ordena ponerse en marcha de nuevo y retornar a las frías aguas de
Alaska para completar una vez más el ciclo.
Rito, el guarda de este espacio natural protegido, me dice que hoy ha contado, sumando madres, machos y crías, unas 85 ballenas
en este tramo de laguna frente a Puerto López Mateo. ¡85 gigantescas
ballenas en una charca de no más de un kilómetro de ancho por varios de
largo!. Muy mal se nos tiene que dar para no ver ninguna.
Y en efecto, al poco aparece una gran hembra con su ballenato, nadando pausadamente en paralelo a nuestra lancha, asomando su gran ojo para curiosear a los curiosos. Son tan amigables y se sienten tan seguras en este refugio mexicano que es casi imposible venir y no ver una gran ballena a un metro de distancia. Por eso es tan popular el avistamiento de cetáceos en estas lagunas. Para evitar problemas, también es estricta la regulación: hay unos supervisores que vigilan que no haya más de 27 lanchas a la vez en el agua, y que no se junten más de tres a la vez cuando se avista una ballena.
Las lanchas las manejan los propios pescadores de Puerto López Mateos, agrupados en la cooperativa Aquendi,
quienes durante cuatro meses ganan más dinero y de forma menos
peligrosa paseando a los visitantes que el resto del año, cuando salen a
aguas abiertas en busca de tiburones blancos o makos, jureles y
dorados.
La histeria colectiva estalla en la lancha cuando un ballenato – o a
veces su madre - se acerca para jugar. Saca su enorme morro, lo pega a
la nave y deja que sus ocupantes le acaricien y la fotografíen
durante unos minutos, como una estrella del celuloide.
Pocas veces en tu vida puedes estar tan cerca de una ballena. Pocas
veces en tu vida tendrás una oportunidad tan clara de concluir que a estos maravillosos seres hay que protegerlos. No exterminarlos.
La cooperativa Aquendi organiza visitas todos los días de la temporada a avistar ballenas desde Puerto López Mateo. Un paseo de dos horas cuestas unos 12 euros.
Imagina un autobús de dos pisos con aletas. Imagina que esa mole viene directo hacia ti. Imagina que estás en una débil lancha fueraborda de apenas cinco metros de eslora flotando en una laguna costera sin posibilidad de refugiarte o quitarte de en medio. El autobús de dos pisos es una ballena gris, de nombre oficial eschrichtius robustus; peso aproximado: 20 toneladas; longitud, unos 15 metros. Pero el bus con aletas y cola no te embiste. Frena suavemente, saca su alargada cabeza para curiosear quién son esos extraños que la fotografían, y luego da un coletazo y pasa bajo la lancha tan suavemente que si lleváramos a bordo un aparador con copas de cristal de Bohemia no habría vibrado ni una.
Pues esa es la sensación que siento ahora mismo mientras me adentro en la bahía Magdalena, en la costa del Pacífico de la Baja California mexicana para ver y disfrutar de cerca uno de los grandes fenómenos de la naturaleza: la migración anual de ballenas grises desde Alaska hasta estas lagunas someras de las costa mexicana para aparearse y dar a luz a sus crías.
Las ballenas grises viven durante cuatro meses en esta laguna costera de Magdalena, o en las cercanas de San Ignacio y Ojo de Liebre,
tres bahías de aguas someras de apenas 20 metros de profundidad,
enseñando a sobrevivir a sus ballenatos, que consumen unos 200 litros de
leche materna al día. Una especie de guardería de cetáceos en la que
los bebés están a salvo de sus depredadores. Luego, a mediados de abril,
una voz misteriosa, una orden grabada en lo más profundo de sus genes,
les ordena ponerse en marcha de nuevo y retornar a las frías aguas de
Alaska para completar una vez más el ciclo.
Rito, el guarda de este espacio natural protegido, me dice que hoy ha contado, sumando madres, machos y crías, unas 85 ballenas
en este tramo de laguna frente a Puerto López Mateo. ¡85 gigantescas
ballenas en una charca de no más de un kilómetro de ancho por varios de
largo!. Muy mal se nos tiene que dar para no ver ninguna.
Y en efecto, al poco aparece una gran hembra con su ballenato, nadando pausadamente en paralelo a nuestra lancha, asomando su gran ojo para curiosear a los curiosos. Son tan amigables y se sienten tan seguras en este refugio mexicano que es casi imposible venir y no ver una gran ballena a un metro de distancia. Por eso es tan popular el avistamiento de cetáceos en estas lagunas. Para evitar problemas, también es estricta la regulación: hay unos supervisores que vigilan que no haya más de 27 lanchas a la vez en el agua, y que no se junten más de tres a la vez cuando se avista una ballena.
Las lanchas las manejan los propios pescadores de Puerto López Mateos, agrupados en la cooperativa Aquendi,
quienes durante cuatro meses ganan más dinero y de forma menos
peligrosa paseando a los visitantes que el resto del año, cuando salen a
aguas abiertas en busca de tiburones blancos o makos, jureles y
dorados.
La histeria colectiva estalla en la lancha cuando un ballenato – o a
veces su madre - se acerca para jugar. Saca su enorme morro, lo pega a
la nave y deja que sus ocupantes le acaricien y la fotografíen
durante unos minutos, como una estrella del celuloide.
Pocas veces en tu vida puedes estar tan cerca de una ballena. Pocas
veces en tu vida tendrás una oportunidad tan clara de concluir que a estos maravillosos seres hay que protegerlos. No exterminarlos.
La cooperativa Aquendi organiza visitas todos los días de la temporada a avistar ballenas desde Puerto López Mateo. Un paseo de dos horas cuestas unos 12 euros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario