En un
artículo de 2015 la revista Wired titulaba un texto sobre Ginkgo Bioworks
“Muévete, Jony Ive. Los biólogos son las nuevas estrellas del diseño”. El
titular contenía a un tiempo una advertencia y una profecía. La advertencia iba
dirigida a Jonathan Ive, director jefe de Diseño de Apple, uno de los grandes
gurús de las tendencias creativas. La profecía indica un camino que se está
comenzando a explorar pero que tendrá una importancia creciente en los próximos
años: el mercado del diseño inteligente con organismos vivos. Una tecnología
que Ginkgo Bioworks define en su web como “diseño de microbios personalizados
para clientes en múltiples mercados”.
La pregunta es cómo se fabrican
estos microbios y cómo se les puede domesticar para que sirvan a nuestras
necesidades. La respuesta la tiene Christina Agapakis, directora creativa de la
compañía: “lo que hacemos es diseñar ADN. El ADN es el código de la célula, lo
que le dice qué tiene que hacer. Así que nosotros podemos diseñar nuevos
comportamientos para las células cogiendo ADN y genes de otros organismos y
poniéndolos dentro de las bacterias”. Suena fácil, pero como aseguraba en una
entrevista a The Boston Globe Jeff Lou, responsable de robótica de la compañía,
“la biología es la tecnología más poderosa del planeta y todavía no la
entendemos. Diseñar y hacer ingeniería con ella es difícil y debemos hacerlo
con respeto”.
Los defensores de estas nuevas
tecnologías creen que tendrán aplicaciones en numerosos campos: desde la
agricultura a la medicina, pasando por la cosmética, las energías renovables o
la producción alimenticia. Al fin y al cabo, como dice Agapakis, la biología
“tiene 4.000 millones de años de experiencia”, y no hay nada que sea tan
versátil, adaptable e imaginativo para resolver problemas como la vida. Así que
aparentemente sólo tenemos que imitarla primero y superar sus limitaciones
después. Los biólogos se convierten de esta forma, como anticipaba Wired, en
diseñadores e ingenieros, ya que pasan de observar y estudiar la biosfera a
modificarla para nuestros propios intereses. Por supuesto, semejante actividad
despierta algunas suspicacias y tiene ciertas connotaciones éticas, algo que no
resulta nuevo en una rama de la ciencia, la genética, acostumbrada a estar bajo
los focos. Para mal… y para bien. Forbes publicó el pasado mes de diciembre un
artículo en el que revelaba los cientos de millones de dólares que distintos
inversores estaban dedicando a empresas como Ginkgo Bioworks. Un capital que
crecerá en los próximos años hasta hacer de la biotecnología la gran industria
del futuro. Vijay Pande, pionero de la inteligencia artificial, afirmaba en
Forbes que “la biología se encuentra ahora en el lugar en que se encontraba la
ciencia de los ordenadores hace 50 años. Por eso invertir en ella es una gran
oportunidad”. Parece que ‘hackear’ la vida es ya un gran negocio; si dejan las
decisiones en manos de los científicos adecuados, seguro que será también una
gran ayuda para hacer de nuestro mundo un lugar mejor.
Edición:
Maruxa Ruiz del Árbol | Cristina López
Texto: José L. Álvarez Cedena
Texto: José L. Álvarez Cedena
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