Hoy, 12 de octubre, exactamente 524 años después del día de 1492en
que Colón llegó a la isla de Guanahani, un equipo de científicos
españoles se encuentra en disposición de terminar con el misterio que
aún rodea el primer naufragio europeo en América.
Es probablemente el pecio más importante de la historia, aunque los
restos que se conserven sean muy modestos. Pero se trata de la nave capitana de Colón, la Santa María, que
encalló la madrugada de la Navidad de 1492 en la costa norte de lo que
hoy es Haití, justo antes de finalizar su primer viaje. Aquella
aventura, que cambiaría el mundo para siempre en el inicio de la primera ruta global, sigue dando noticias.
Si el Gobierno español da luz verde a esta iniciativa de cooperación, a la que Haití ha dado ya su beneplácito,
bastaría una pequeña excavación para poner en valor no solo uno de los
más grandes episodios de la historia que compartimos, sino también para
convertir la región norteña de Cabo Haitiano en una reserva arqueológica vinculada con el encuentro de ambos mundos en 1492. Todo un desafío que puede ser realidad en poco tiempo si nuestras autoridades lo incluyen en sus programas.
En manos del grumete
La Santa María, varada de madrugada en un arrecife cubierto de arena cuando la dejaron en manos de un grumete incumpliendo las órdenes de Colón, tuvo mala suerte.
Quedó encallada en el momento de la mayor pleamar del año en esa zona, y
por eso no pudo salvarse, a pesar de los esfuerzos de la tripulación,
que desarboló la nao y aligeró su carga.
En mayo pasado, un cazatesoros, Barry Clifford, pretendía
haberla encontrado bajo el agua en Haití, pero los lectores de ABC ya
saben que en 1991, por encargo del Gobierno de Felipe González, científicos españoles investigaron el paradero de la Santa María y la situaron no bajo el agua, sino a cinco metros bajo tierra.
Tuvieron que dejarlo a toda prisa entonces por un golpe de Estado, pero
regresaron la pasada semana, 23 años después. Los miembros de ese
equipo, han reactivado después de tantos años su proyecto ante el
Gobierno de Haití, gracias a la AECI. Se trata de Alfonso Maldonado, María Luisa Cazorla y Enrique Lechuga, impulsados con entusiasmo y profesionalidad por el embajador español en Puerto Príncipe, Manuel Hernández Ruigómez. Ellos viajaron a la isla la pasada semana y han explicado cómo excavar el yacimiento. La ministra de Cultura, Monique Rocourt, que ha demostrado un criterio ejemplar para alejar a Clifford de este proyecto, declaró a ABC que su objetivo también es cooperar con España para terminar con el misterio.
En boca de quienes, entonces y ahora, han conocido bien el
proyecto, nuestro país haría muy mal en no valorar la oportunidad que
esta investigación pone delante de los ojos. Además de estrechar lazos y cooperar con un país muy pobre que tiene la lucidez de valorar la cultura como
uno de los elementos clave para labrar su futuro, España debería dar
término al trabajo que estuvo a punto de hallar los restos en 1991. En
este 12 de octubre conviene también señalar que la arqueología naval es
uno de los campos en los que la política se ha demostrado más miope e incapaz de poner en valor la gran historia ultramarina española.
Un patrimonio sumergido (o enterrado, en el caso de la Santa María) que
se encuentra repartido por todo el mundo, que nos une con más de una
veintena de países de América y que además será, según los expertos, la
mayor fuente de innovación de la arqueología y el «I+D+I» en las próximas décadas.
¿Quedan restos?
Según afirmó en Puerto Príncipe María Luisa Cazorla, directora del proyecto científico,
quedarán algunos restos de la nao bajo la arena. Es probable que a los
marineros no les diera tiempo a tirar las «velas de repuesto, piezas de
lona, motones, pastecas y garabatos de hierro, algún barril con brea y
los hierros del calafate, hachas de maniobra, mandarrias y mazos, barras
de hierro para el cabestrante, faroles de aceite, algún barrilete de
cera, bujías, trozos de cuero para reparaciones, seguramente las botijas
del agua potable y, sobre todo, el fogón, inútil en tierra. Se
desmontaría por supuesto todo lo metálico, clavazón, refuerzos y abrazaderas, porque no había hierro en la isla,
así como las grandes piezas de madera que se pudieran desmontar, pero
la quilla, muchas maderas y las piedras de lastre tienen que estar en el
arrecife».
¿Y cómo van a hallarlo? Conociendo el lugar donde apareció el ancla (la línea de costa de 1492) y la distancia a la que estaba el barco (un tiro de lombarda, entre 400 y 800 metros), Alfonso Maldonado, ingeniero de minas y catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid,
piensa sondear un polígono de unos 400 metros de lado. Se estudiará la
evolución de la playa y la línea costera, así como los depósitos
aluviales de las venidas del río Grand Riviére du Nord, que ha ganado más de un kilómetro al mar en esta zona.
Y se someterá el terreno a tomografía eléctrica de alta resolución en
modo 2D (10 metros de profundidad), tomografía sísmica de refracción,
georradar, conductividad...
Una batería de pruebas encaminada a detectar el arrecife y su encuentro con la arena bajo
los más de cinco metros de aluvión de la zona. Durante la inspección,
Maldonado tuvo una muy buena impresión. A pesar de la complejidad
técnica, el geólogo destaca que la excavación arqueológica de los restos detectados será sencilla y barata, por no hallarse sumergidos.
Ahí mismo, varada, espera nuestra historia, la que
compartimos, bajo el aluvión de los siglos a los que se suma el poco
aprecio que hemos demostrado hasta ahora por este pasado nuestro. Pero
la Santa María ya puede iniciar el retorno desde el olvido, si queremos.
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