Poco antes de las seis de la mañana la esclusa que sellaba el dique del astillero STX de Saint Nazaire, en la costa atlántica de Francia, se abría para que el MSC Meraviglia hiciera su primer . Apenas un kilómetro por la desembocadura del Loira hasta el lugar donde el buque, más alto que un edificio de veinte pisos y tres veces más largo que el Camp Nou, recibirá la puesta a definitiva.
Pese a que por fuera el barco parece terminado, solo se encuentra completado en un 60%. Lo suficiente como para tocar por primera vez el agua, lo que en jerga náutica se conoce como el «nacimiento» de un buque. Desde fuera la maniobra parece fácil, pero los trabajadores del astillero se encargan rápidamente de refutarlo. El Meraviglia, carente todavía de maquinaria, es poco más que una cáscara de nuez de 167.000 toneladas. Conseguir que no termine en el del río requiere de los esfuerzos coordinados de más de doscientos trabajadores que, ayudados por una docena de remolcadores, llevan puliendo los desde hace más de diez semanas. Y mientras lo hace, el barco tendrá que pasar otra prueba: el visto bueno definitivo de los armadores.
«Estoy satisfecho», confiesa Gianni Onorato, consejero delegado de MSC Cruceros, mientras observa atentamente la maniobra desde un barco situado a unos cientos de metros embutido en un chubasquero azul marino, el color de la compañía. El Meraviglia es el primer fruto del ambicioso plan de inversiones de la firma suiza, la mayor línea de cruceros de propiedad privada del mundo, que ha gastado más de 9.000 millones de euros en once nuevos barcos con los que actualizará y ampliará su flota. Solo el buque que Onorato tiene ante sus ojos se ha llevado casi mil millones de euros.
Buena parte de la nueva «armada» de MSC se construirá en el mismo sitio que el Meraviglia. En cuanto el barco abandone el dique, los trabajadores de STX ocuparán el espacio vacío para construir el Bellisima, gemelo del Meraviglia, que entrará en servicio en 2019, dos años más tarde que el primero. Buena parte de sus piezas ya se encuentran terminadas, como sus gigantescas hélices de proa, que aguardan en un hangar cercano el momento en el que el hermano mayor abandone el nido.
La construcción del Bellisima, como la del Meraviglia, será un proceso similar al ensamblado de un puzzle. Primero se celebrará la denominada ceremonia de la moneda, una tradición heredada de los vikingos por la que el astillero y el armador colocarán sendas monedas de oro en la quilla para que den buena suerte. Después, las distintas partes serán soldadas en un hangar cercano, siguiendo los diseños de los ingenieros navales. Por último, una enorme grúa móvil las trasladará al dique, donde serán encajadas una tras otra hasta que la silueta del buque quede completa.
«Construir un barco así requiere de unas siete mil millones de horas de trabajo», cuenta Laurent Castaing, director general de STX. En el buque llegan a trabajar a la vez 2.200 personas, que consiguen tener listo al titán en apenas dos años. Aquí el tamaño sí importa. «Los barcos grandes reducen el coste por pasajero, pero también hacen que éstos estén más felices: el cliente queda más contento porque tiene más espacios para disfrutar», explica Castaing.
El espacio será precisamente el punto fuerte del Meraviglia, que será el segundo buque de mayor volumen interior del mundo. En él no faltará de nada, desde actuaciones del Circo del Sol hasta chocolaterías, restaurantes de sushi, boleras o balneario. Sin olvidar su plato fuerte: un paseo de 96 metros cuadrados cubierto de paneles LED que permitirán que el buque tenga su propio «cielo» interior. El objetivo es que el crucerista no sienta siquiera la necesidad de abandonar el barco porque, como cuenta Emiliano González, director general de MSC en España, los cruceristas —500.000 de los cuales viajan cada año con el DNI español en el bolsillo— cada vez eligen menos el viaje por sus destinos y más por las características del barco. «Muchos repiten viaje cada año y lo que buscan ya no es solo visitar los puertos sino disfrutar de los tiempos de navegación».
Sin embargo, para que todo eso quede completado quedan aún ocho meses de trabajo frenético en Saint Nazaire. El teatro donde actuará el Circo del Sol es todavía una maraña de andamios de metal y contenedores, y la futurista «promenade» apenas un esbozo en el que los soportes de las pantallas se suceden como las costillas de un animal prehistórico yacente en alguna playa perdida. Tampoco hay ni rastro de los camarotes, salvo unas muescas de tiza en el suelo donde serán ensamblados uno tras otro, «como coches aparcados en un parking», en palabras del responsable técnico del proyecto, Pascal Akeroyd.
En la desembocadura del Loira el espectáculo llega a su fin. El Meraviglia acaba de entrar en su nuevo hogar y los periodistas, tiritando, comienzan a refugiarse en el interior del pequeño restaurante del barco de observación. Viendo el hormigueo en el astillero, resurge la pregunta de por qué un barco así no se construye en nuestro país. «Para eso primero haría falta un Gobierno sólido y luego un plan industrial muy claro y ambicioso, con fuertes inversiones», resume Emiliano González. «Desgraciadamente, España perdió esa carrera hace años». (Por Unai Mezcua; ABC – España)
13/09/16
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